El
conjunto urbano de Cáceres constituye un privilegiado enclave
monumental que ha sabido conservar testimonios significativos de
los distintos pueblos y culturas que se han asentado en su territorio.
Desde los tiempos del Paleolítico Superior hasta la gran
expansión urbana del siglo XX, la capital de la Alta Extremadura
encierra orgullosa un rico patrimonio cultural, cuyo excelente estado
de conservación propició su declaración como
Monumento Nacional en 1949, y su proclamación por la UNESCO
como Patrimonio de la Humanidad en 1986.
Pero
los primeros vestigios de cierta entidad en Cáceres corresponden
a la etapa romana. Se considera que el núcleo primitivo de
la actual ciudad surgió a partir de la colonia Norba Caesarina,
fundada con los veteranos de varios campamentos militares próximos
hacia el año 25 a. C. por el cónsul Lucio Cornelio
Balbo
Tras
un probable paréntesis de despoblamiento y abandono de la
vieja colonia romana, la ciudad cobra renovada actividad con la
llegada de los árabes. La nueva población musulmana
reconstruye el núcleo intramuros, y reedifica sus nuevas
murallas y torres de tapial sobre los recios sillares graníticos
romanos. Los restos constructivos supervivientes de esta época
-buena parte de la cerca de la alcazaba y el notable aljibe del
desaparecido alcázar, hoy palacio de las Veletas- pertenecen
ya a la etapa almohade, y, concretamente, al último tercio
del siglo XII.
Con
la definitiva Reconquista cristiana del lugar, acaecida en 1127
o 1129 tras años de numerosas contiendas, Cáceres
se convierte en una villa libre de realengo, condición que
mantiene hasta 1882, cuando Alfonso XII la erige en ciudad. Durante
los siglos XIII y XIV diversas familias nobiliarias del norte de
la península comienzan a construir sus casas solariegas dentro
del recinto amurallado, sobre el sustrato musulmán, dando
lugar a la arquitectura característica del casco antiguo
de Cáceres: edificaciones austeras, de fuerte carácter
defensivo, con paramentos lisos a base de mampostería y sillares
graníticos. De finales del siglo XIV, y especialmente de
las reformas, ampliaciones y nuevas construcciones efectuadas durante
el XV y XVI, datan la gran mayoría de los edificios civiles
y religiosos que componen el casco antiguo cacereño. Sus
numerosas torres palaciegas, muchas de ellas desmochadas a mediados
del siglo XV por orden de los Reyes Católicos como vergonzante
castigo a las facciones aristocráticas opuestas a su causa,
son un callado testigo de los conflictos nobiliarios que asolaron
a la Extremadura de fines de la Edad Media.
Tras
un siglo de profunda crisis -el XVII-, se observa una tímida
recuperación durante el XVIII, momento en el que se producen
algunas reformas urbanísticas, se reconstruye la entrada
principal al barrio antiguo -Arco de la Estrella-, se inician algunas
grandes empresas constructivas -Iglesia y colegio de la Compañía
de Jesús-, y se reforman palacios, conventos y ermitas.
Sin
embargo, estas funciones administrativas no terminaron de hacer
despegar a la ciudad, cuyo trazado urbano permanece prácticamente
inalterado hasta finales del siglo XIX o inicios del siguiente,
momento en el que se diseñan y desarrollan los primeros ensanches:
calle que une la Plaza Mayor con la de San Juan, o el futuro Paseo
de Cánovas. De igual modo, el descubrimiento de unos yacimientos
de fosfatos en 1864 en las proximidades del núcleo urbano
-Aldea Moret-, y la inauguración del ferrocarril en 1881,
permiten la ampliación de la ciudad hacia el sur durante
el primer tercio del siglo XX.
Actualmente
Cáceres es un núcleo universitario y de servicios,
con una creciente actividad cultural entre la que merece destacarse
la celebración de festivales medievales y certámenes
literarios y artísticos, consolidados a partir de su declaración
como Patrimonio Mundial. Nos encontramos, en definitiva, con una
ciudad que está aprendiendo a conjugar modernidad con una
extraordinaria herencia histórico-artística.